TU NO ERES TAN FELÍZ…

Mosa
Cuerpo

 

Siempre puntual al teléfono  con el gritón en turno,  así recuerdo a Feliciana. Radioescucha fiel quien acompañó a la otrora ‘Radio uno 104.1”.  Con  voz   peculiar, dulce,  delgadita y  con  buenos deseos siempre, no pedía nada; sencillamente se reportaba a  la emisora para saber de nosotros. Fue como la tía que jamás se casó y se quedó en casa para cuidar de los sobrinos así la sentía, me causaba alegría y emoción saber de Feliciana.

Nunca pidió ni agua,  al contrario  muy temprano salía desde su querido Chimalhuacán  para dirigirse a la  colonia del Valle y convidarnos de una deliciosa tamalada de uchepos: tamales típicos del Estado de Michoacán.   Feliciana llegaba acalorada cargando su bote de tamales con un jarro de crema y con la otra mano sujetando la diestra de su chamaco, fiel compañero de las andanzas de su querida madre.   

Regularmente una vez por mes la diminuta mujer de  cuarenta años  y uno cincuenta y cinco de estatura aproximadamente, llegaba a la avenida universidad con su encargo.  Güerita de rancho, cabello negro trenzado y  sonrisa encantadora que  al abrir su boca dejaba ver la hilera de dientes blancos y parejos, para después soltar la frase: ¡cómo están  muchachos!   

La “juanada” se hacía presente como por arte de magia, el rumor de que feliciana estaba en la radio se propagaba como gas butano en vecindad; llegaban a la oficina a saludarla y rendirle sus mejores palabras. El bote se abría y el jarro de crema a un lado con la cuchara de madera esperando untar el preciado lácteo en el uchepo y adentro que están cenando.

Parafraseando al maestro Lucho Argaín y su Sonora Dinamita  “Tú no eres tan feliz Feliciana porque no te da la gana” repetidamente ésta era la respuesta a las llamadas telefónicas a cabina que hacía la querida Feliciana;  ella era feliz y mucho, disfrutaba el momento de la amistad, el calor de los saludos, las palabras  y el compartir pedazos de vida, en trozos de tiempo.  

Una mordida al tamal y una untada de crema, la plática comenzaba y  el nivel de los tamales en el bote descendía,  pero no llegaban a su fin. El tiempo transcurría  y  ella debía regresar a casa para atender a su marido; una vez satisfechos de chal y  changuin,  concluía en  encargarnos los trastos, es más, por ahí anda rodando  algún tenedor, que siempre al encontrarlo  me provoca un contoneo y comienzo  a cantar: “tú no eres tan feliz…   

Los tamales, la plática y nuestra amistad con Feliciana parecía que permanecería por siempre. mes a mes llegaba el bote de tamales que “nuestra güerita” cargaba con devoción.   la vida siguió y los días se vinieron encima de nuestra humanidad,  el calendario  empezó a quedar sin hojas y el año se despidió y la frase tropical de Feliciana dejo de escucharse en los lugares acostumbrados.

El recuerdo quedó en nuestra memoria, se guardó en un archivo muy especial: El  corazón. Pasaron los años, ¡de pronto una llamada sonó en la oficina!  Y como siempre recibí la voz con toda  amabilidad, aquí no se venden tlapas, se obsequian sonrisas ; inmediatamente mi oído reconoció la voz que  preguntaba, si estaba hablando al lugar correcto.  Ni esperé a dar respuesta solo comencé a cantar “Tú no eres tan feliz..”  ¡efectivamente era ella! los tamales, el hijo, su sonrisa, la paz interior que de ella manaba, era todo, ¡era Feliciana!

Me contó que ya no residía en Chimalhuarache, su hijo un jovencito hecho y derecho; los tamales ahora se le dificultaba mucho el hacerlos y llevarlos a nuestra mesa. Su sonrisa la misma con  voz baja, tierna y lo que nunca dejo de tener: Paz, que compartía y destellaba para los que escuchaban sus palabras. La voz llegaba de  lejos, más  de lo acostumbrado  ¿De dónde me hablas Feliciana?   y su sonrisita sonó como queriéndose burlar y mandarme el mensaje de que sería casi imposible regresar a la época de los tamales.

¿Cómo están los muchachos?  eso nunca se le olvidó pronunciar. “Ya no vivo por allá, se quedó mi marido él no quiso dejar el trabajo en la fábrica; me vine a Estados Unidos muy cerca de canada, me traje a mi hijo él estudia y yo trabajo cuidando bebes “. Feliciana ya no estaba en su México  pero nada la hacía olvidarnos. Continuó su relato: “…fíjate que ya aprendí a manejar, tengo un carrito, un mazdita solo le aprietas el pedal y se va bien derechito.

A ti Feliciana que me enseñaste el valor de la amistad y donde quiera que te encuentres  seguramente tú, si eres muy feliz porque se te dio la gana.. y nos dejaste en la orfandad.

   

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