Un corazón veracruzano

Mosa.
Cuerpo

Las 0:00 hrs. todos a casa el silbato de la fábrica de los sueños avisaba que la jornada de trabajo en las ondas hertzianas llegaba a su fin por ese día. Afuera la vida continuaba, la noche cubría totalmente el asfalto y la luz de los semáforos se retrataba a decenas de metros de su base sobre diversas superficies. Las fugaces  luces de los autos  cruzaban  la avenida principal y bañaban  la puerta de las instalaciones  de la radio.   

Todos  con la prisa de llegar a su nido y llenar la tripa, después un mediano reposo y para finalizar, acurrucarse en los brazos de morfeo. Unos minutos antes, en esa misma puerta, aguardaba un hombre moreno de complexión delgada;  a su lado una niña de escasos diez años  acompañaba a éste hombre desconocido con mochila; solo le observé de reojo  pensé que estaba vendiendo chicles o alguna golosina y desapareció de la escena, sin embargo su imagen permaneció en mi mente durante esa noche.

Ahí  quedaron las dos figuras en medio de la madrugada. El día laboral  siguiente llegó y se presentaba como cualquier otro, solo que en ésta ocasión trajo consigo una experiencia única: la lucha de un hombre por existir. Tarde soleada con clima perfecto para salir y disfrutar un buen fin de semana, ese era el plan. El teléfono sonó, la voz de los compañeros de la recepción informaba que había un hombre con una niña en la sala de espera que solicitaba ayuda, alguien le había hecho favor de llevarlo a la estación en donde transmitían el “Panda show”.

La sala de espera de la radio, un borbollón de movimiento: gente, promotores, artistas a entrevista, proveedores y diferentes  personalidades apuraban su paso rumbo al micrófono; en la esquina del sillón con la cara triste llena de hambre,  se encontraba los dos personajes que la madrugada anterior esperaban con ansia atención: no  vendían nada.

Originarios del Estado de Veracruz se trasladaron padre, madre y su hija rumbo a la ciudad de México, aquí  trasbordarían a Monterrey, al hospital universitario para internar al jefe de familia que sufría del corazón. La mala fortuna tocó a su vida,  en pleno aeropuerto internacional. No alcanzaron a comprar en el mismo vuelo los tres boletos, solo consiguieron un lugar en el primer avión del día para el norte de México.

En una rápida junta familiar, decidieron que la persona que debía viajar era la mamá, lo anterior por el encargo que transportaba al hospital universitario: tres bolsas de sangre para transfundir al marido. Posteriormente ellos la alcanzarían en aquellas tierras del cerro de la silla. Los viajeros padre e hija  ya cansados se recargaron en las bancas para minutos después,  caer en un sueño profundo y olvidarse de sus problemas, sin pensar que al despertar la mochila que resguardaba el dinero de la intervención quirúrgica había desaparecido.

Así comenzó el calvario de José y Yajaira. Salieron del aeropuerto y comenzaron a caminar sin rumbo; José con sus dolencias y su niña, hasta su encuentro con un buen taxista que los trasladó a la radio, a radio fórmula les comunicó. Les aconsejó que buscaran al  “Panda” para solicitar ayuda. Aquella madrugada que los alcancé a observar con el rabillo del ojo, no eran vendedores ambulantes, fue la fortuna de haber conocido a un hombre que estaba luchando esa noche con la mismísima huesuda.

 

Continuará...