El pianista

Claqueta palomera
Cuerpo

La sublevación de la resistencia ya había sido reprimida a sangre y fuego aquel 17 de noviembre de 1944 en Varsovia, y las fuerzas alemanas estaban cumpliendo a rajatabla la orden de Hitler de no dejar en la capital polaca una piedra sobre otra. En una abandonada casona residencial a punto de ser convertida en el cuartel general de las fuerzas de ocupación, el destino ese día juntó a dos hombres: Wladyslaw Szpilman, pianista milagrosamente escapado del Holocausto, y Wilm Hosenfeld, un capitán alemán ya desprovisto de cualquier ilusión o esperanza.

El oficial pidió al pianista probar su condición de músico y Szpilman, con las manos aún entumecidas por el horror, tocó el Nocturno en cis moll de Chopin. Tras descubrir que aquel hombre era judío, Hosenfeld le ayudó a perfeccionar un escondite en la buhardilla y durante un mes le proveyó de comida, envuelta en periódicos que daban fe del inminente final del Tercer Reich.

Szpilman había tocado la fibra más íntima y convulsa de este hombre que, aparte de ser soldado nazi, era también entusiasta pedagogo, cariñoso padre de familia, devoto católico y, ante todo, orgulloso patriota. Extractos de su diario y sus cartas han sido publicados en Alemania bajo el título Ich versuche jeden zu retten (Intento salvar a todos, editorial Deutsche Verlags-Anstalt, 2004).

Hosenfeld nació el 2 de mayo de 1895 en una familia relativa-mente acaudalada de un pequeño pueblo de la región de Hesse. Su padre fue maestro de escuela, la misma profesión por la que también él optaría. A los 19 años fue enviado a la I Guerra Mundial antes de acabar sus estudios y enrolarse a fondo en los Wandervögel, un movimiento juvenil que pregonaba la vuelta a la naturaleza y la camaradería entre los sexos, pero también coqueteaba con la mitología germánica.

De regreso a casa, se casó con Annemarie Krummacher. La pareja tuvo cinco hijos, y se interesaba por la música, el arte y la literatura. Hosenfeld tenía verdadera vocación de maestro y era un apasionado de una pedagogía más respetuosa con las personalidades individuales de los alumnos.

Sin embargo, nunca llegó a ser "cien por cien nazi", según se le reprochó en su entorno. A juzgar por sus escritos, ni compartía el virulento antisemitismo del Tercer Reich, ni estaba de acuerdo con los métodos de adoctrinamiento imperantes en las Juventudes Hitlerianas. Tampoco comprendía cómo el régimen podía prescindir del sustento de la Iglesia.

El oficial de la reserva fue enviado a Polonia, donde hasta el final de la guerra formó parte del mando medio de las fuerzas de ocupación. Se encargó de la administración de un campo de prisioneros de guerra y de labores de capacitación en los batallones.

A su manera, y aunque perteneciente al bando de los asesinos, también fue víctima del horror.La población es destruida inmisericordemente. Menos mal que tengo mucho, mucho trabajo", escribió a su amada Annemarie en agosto de 1944, con Varsovia sumida en la hecatombe. Tres meses después, en una casona abandonada, salvaría la vida de Wladyslaw Szpilman. El pianista recordaría meses después.