De tierras mayas hasta las árabes

David
Cuerpo

Nuevamente el mote de “llegaditas tarde” le correspondió a Deevine, pues con casi media hora de retraso, el marrano arribó al punto pactado con cinismo en su rostro porcino. Para lavar su imagen me lanzó una perorata, a la que le perdí el hilo después de unos minutos, pues yo ya estaba pensando en el lugar al que íbamos a visitar en esta ocasión: el Coox Hanal. (Entra efecto de vinil rayado)¡No, no piensen mal! No se trata del nombre de un hotel para hacer cosas siniestras por el chiquistriquis. Al ser un restaurante yucateco, la elección del nombre fue en Maya y significa “Vamos a comer”; no sean pelanás.

Un pasillo escondido sobre Isabel la Católica marcado con el número 83 al que le suceden unos escalones que te conducen hasta el segundo piso. Ahí encontrarás a la Hostess, quien te recibe y asigna mesa como un restaurante de esos bien padres. Claro que este no tenía un mobiliario envidiable ni mesas de lujo, pero digo ¿A quién le importa? Si lo relevante tenía que ser el platillo principal, su sabor, consistencia y el recuerdo inolvidable que pudiera perpetuar en tu boca como para pensar en regresar pronto.

Una vez en la mesa y después de llevarnos la carta, pedimos tacos de cochinita pibil y unos panuchos; Deevine de cochinita y yo de pavo para evaluar un sabor distinto. Mientras nuestra orden se gestaba en la cocina, el animador del lugar -al estilo lounge con su tecladito pin pin- cantaba canciones de distintos géneros con una pasividad uniforme que resultaba un molesto somnífero. Es más, ni siquiera existía una justificación para pasar de un género al otro: Vilma Palma, Soda Stereo, Radiohead, Marc Anthony…pero como el ritmo era el mismo jamás identificabas el momento de la transición de una a otra pista salvo que siguieras con atención la letra. Deevine me comentó que la ocasión anterior que asistió al lugar le entregaron la tarjeta del animador y resultaba que también era DJ ¡Aguas! Porque en una de esas la próxima vez nos encontramos con DJ Sola, el gay, digo: “Rey de la consola”.

Servidos nuestros platillos en la mesa, los decoramos con cebolla morada y salsa de chile habanero. Inmediatamente el picor encendió la mecha del sabor de la cochinita y los tres tacos desaparecieron como por arte de magia y en tiempo récord por dos razones: la primera porque ya tenía hambre y, la segunda, porque la tortilla no era lo suficientemente resistente dado lo jugoso del platillo y se deformaba con inmediatez.

Con los panuchos no tuve inconveniente porque la tortilla estaba bien dorada pero de igual manera, la orden de tres, se esfumó en mi paladar debido al diminuto tamaño de los mismos y ni siquiera tuve oportunidad de distinguir las diferencias entre los sabores de la cochinita y el pavo. Además ya nos habíamos fastidiado de “loungeman”, por lo que ya ni siquiera hicimos por ver nuevamente la carta para pedir otro platillo. Así que bebimos con premura nuestras aguas de horchata y partimos del lugar.

Como no queriendo la cosa, Devine me exhortó para que acudiéramos a tomar un café a la calle de Donceles 86 a una emblemática cafetería en la que se goza de santa paz y tradición en el corazón de nuestra ciudad. Café Río esconde la historia de las hermanas de origen árabe Gema y Telma (ahí búsquenle en Google) en donde sus postres seducen a cualquier rebelde del azúcar, las calorías y el pan. Comer por pedacitos el pay de dátil, acompañado por un sorbo de café, resulta detener el tiempo por unos segundos para experimentar un seductor momento de intimidad entre la textura del postre con la lengua y la sensación se extiende por las encías y entre los dientes con los trocitos de nuez que le acompañan y no tuve más remedio que dejarme llevar y conquistar por la ocasión sin sentirme culpable por todas esas calorías no autorizadas por la nutrióloga. AHAHAHA QUÉ SABROSEADA (chiste local)

Mientras la plática que sosteníamos mi buen amigo y yo se extendía tranquilamente, las manecillas del reloj habían avanzado de rauda manera y optamos por regresar cada quien a su guarida, agradeciendo la compañía el uno al otro con nobles mentadas de madre e injurias amistosas que se hicieron frecuentes desde hace ya bastantes años y que son equivalentes a cordiales saludos de camaradería.