Cuando Viajaba A Tamps.

Mosa
Cuerpo

 

En aquellos noventas todavía  hacía mis viajes a Reynosa Tamaulipas cada quince días; mil quinientos pesos como inversión, aparte el pasaje ida y vuelta, apretarse la tripa el fin de semana y regresar cargado con no menos de 300 piezas de ropa y cachibaches que se cruzaran en la pulga del estadio de beisbol. Este mercadillo salía todos los domingos a vender chucheria y media procedente de los move sell de  Mcallen y forwar tx.

Transportes del norte en la central camionera de cien metros, lugar de la cita para salir a las 18:00 hrs a más tardar, viernes para ser exactos y  llegar el sábado  a las 09: 00 de la mañana, toda la noche viajando: Llegar  a Quiero Quiero, luego a San Luisito de ahí para Reynosa. Se hacía una parada en San Fernando en plena madrugada ¡imagínese en San Fernando! Lugar en donde hace unos años ejecutaron a 72 migrantes; no te arrugues cuero viejo, que te quiero pa’tambor  dirían en mi pueblo.  En ese lugar el checador de boletos se asomaba en el pasillo del autobús, y  nos preguntaba ¡van a cenar! si más de 10 personas votaban por un taco en el camino, el op. del camión, inmediatamente disminuía su marcha para  orillarlo en el sitio exacto de la carretera. Ya en la desvencijada palapa enramada,  comenzaba el desfile de viajeros nocturnos directos a la tragazón.

Casi siempre se bajaban todos y como en comedor de fábrica o reclusorio, hacíamos la fila con un plato de plástico achicharrado por el uso.  Recorríamos el primer puesto, un hombre con una olla grande de frijoles parados y su  cucharazo bien medido; de ahí el siguiente puesto, unas rodajas de jitomate que  las cortaban y servían al vuelo, solo se alcanzaba a ver el cuchillo que bateaba a buena velocidad las rodajas y las dejaba caer exactamente  al plato las rueditas de la manzanita del amor.

Otra persona entregaba  dos tortillotas por cabeza,  gruesas y mal hechas pero muy buenas para espantar  la perra…hambre; el último atorón del improvisado comedor:  dos tambos de cien litros partidos transversalmente, que hacían las veces de asadores  atascados de leña carbonizada, encima unas rejas que dejaban entremeter  lenguas de fuego, para asar decenas de piezas de pollo,  algunos pasados ya de tueste, pero al fin sabrosos.

Plato completo: chispolitos (frijoles de la olla),  jitomate rebanado, dos tortillotas y tu pieza de pollo asado;  momento de buscar una buena piedra para poner el trasero  sudado por el largo viaje y comenzar a meterle diente al difunto pollo. A varios metros se observaba a los encorbatados  operadores con sus Ray juan, colgando de la bolsa de la camisa, siempre  satisfechos por su labor de venta, retribuida con la gratuidad de su cena. Mientras cenábamos,  algún compañero de viaje se desaparecía para hacer de las aguas o escombrar el estómago, de pronto el fuereño  salía corriendo entre la penumbra para poner un pie en el estribo, el camión a punto de salir,  ya todos acomodados para continuar el viaje.

Durante el viaje solo le pedías al creador que no te tocara un chofer atarantado que te fuera a botar nalgas p’arriba en algún voladero o que no se fuera a dormir manejando y te llevara directo al cielo de los chiveros (personas que compran ropa y cosas usadas en la frontera para su reventa)  es más durante estos viajes  el operador detenía la unidad en algún punto de la carretera para bajar a orinar y lo que le sigue, comenzaban a circular  los camiones con wc. Sin embargo que tiempos aquellos,  en medio de la nada un camión y un desfile de meones a la orilla de la carretera, algo para retratar y titular: “Un mexicano nunca mea solo”

Esas eran las preocupación desaguar,  hoy  le ruegas  al jefazo y a toda la corte celestial,  que no vaya a hacer la de malas y te asalten;  que detengan el camión los forajidos de la modernidad; que lo balaceen en marcha; un secuestro masivo o no sabes si es bueno que lo detenga la policía.

Que tiempos  Don Jelipe, cuando se amarraba a los perros con chorizo y no se lo tragaban…se viajaba  sin preocupaciones extras.

 

 

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